Recuerdos del Martes Santo en Cuenca

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Si hablar de sentimientos es realmente complicado (tan solo los grandes genios de la literatura son capaces de hacerlo con garantías), escribir del sentimiento de tu tierra, tan intenso y personal como es la Semana Santa de Cuenca es tal vez más complejo si cabe. Por ello comprenderán que para un simple nazareno que tan solo intenta plasmar sus experiencias propias en su procesión, “la del Perdón”, se antoje harto complicado.

Procesión en la que un pequeño niño con ojos grandes tuvo sus primeras experiencias semanasanteras. Fue en un Martes Santo en Cuenca allá por los primeros ochenta, en una España que estaba despertando, teñida con unos colores aun algo ocres; en una Semana Santa, que volvía a coger fuerza que esperemos no decaiga nunca.

Recuerdos de un niño inquieto que se introducía por cualquier recoveco de “El Salvador” o “San Andrés” mientras ponían en andas a los pasos y vestían a las “Vírgenes”, Magdalenas incluidas. Que alguna vez se ganaba algún caponcete por revoltoso y en otras ocasiones le mandaban que llevara a cabo algún recado para que hiciera algo útil y dejara de molestar: mover andas, horquillas, almohadillas, coronas, cruces, estandartes, faroles, banzos y todos aquellos útiles que se tuvieran que trasladar del lugar donde descansan todo el año al sitio en el que aguardan su salida en procesión.

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Este pequeño niño que salió primero en procesión con una cruz de madera haciendo un recorrido corto desde San Andrés hasta la Plaza Mayor. Después, otro triunfo cuando, ya más crecido pudo acompañar a la procesión ciudad abajo. El siguiente paso, el cambio a tulipa para cada año alargar el desfile hasta que por primera vez probó una magdalena al finalizar el mismo.

Primeros pequeños grandes pasos.

Recuerdos del primer enser sacado en procesión, un pesado Farol en un Martes Santo en Cuenca de aguacero y nervios mal disimulados. Tras una larga espera en San Andrés, lluvia, lluvia y más lluvia entre preguntas sin respuesta. Por aquel entonces no se tenía en la palma de la mano una estación meteorológica y la única solución era mirar al cielo y esperar. Los minutos van pasando muy rápido mientras la tormenta no cesa. Suspensión, palabra maldita. Por aquel entonces, si no se podía salir el Martes Santo se unía esta procesión con la del Miércoles Santo. Por ello, vuelta a casa, cariacontecido pero con la esperanza de que al día siguiente el tiempo respetará y se pudiera salir. Y así fue en una procesión kilométrica en la que se unieron las dos, Perdón y Silencio.

Farol que pesaba más que un banzo, que se movía de un lado y para otro. Recuerdo el temor a que en alguna arrancada acabara en el suelo o en la cabeza de algún espectador… Menos mal que la hermandad del Cristo de la Luz los sustituyó por unos más livianos.

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Segundo peldaño escalado.

Recuerdos de la primera vez que cargué el peso de la Magdalena en mi hombro. Ya se había cambiado el lugar de salida al actual, la iglesia de “El Salvador”. De nuevo, en los momentos previos se sumaba el nerviosismo de la primera vez a la inquietud por una climatología que por una vez nos respetó. Ya dentro de la iglesia y tras pasar la lista consiguiente, turno de medirse. Voy tercero y mi hermano en el “palo” contrario, también delante (los bajitos…). Se va aproximando la hora de abrir las puertas, y hacia ellas aproximan al “Borrego” que se dispone a pisar la Plaza del Salvador. Pestañeas dos veces, encaras hacia la puerta y en apenas  dos segundos, “a brazo” y ya en la calle, por fin bajo las notas de nuestra marcha. Primeras tiradas y te sientes grande, muy grande, tanto que te crees capaz de cargar con el peso del mundo en ese momento sobre tus hombros.

Curva del peso, primer escollo, primera complicación del recorrido. Como dice el dicho conquense “por el Peso pasa el paso”, aunque habría que sumar la sensación indescriptible que se siente una vez dada la curva y encontrarte con el silencio de ese pequeño tramo de la calle en el que casi rozas por los dos lados. Poco después esa calma se ve acompañado por el bellísimo “Stábat Mater” que se entona en la Plaza de San Andrés en la salida de la “Esperanza”.

Tras pasar la calle del Peso y entrar en la calle Andrés de Cabrera parece que se presenta la procesión a la ciudad. La llegada a Alfonso VIII, con la música llenando toda la calle es, sencillamente espectacular, igual que la entrada por los Arcos a la Plaza Mayor y descubrir la Catedral. Descanso, bocata de lomo con pimientos (sin pimientos para mí) y para abajo.

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Miserere, oración que resuena en la noche conquense, en un marco de piedras y hiedra. Curvas del Escardillo donde el cansancio ya hace mella. Los dos “giros” del paso, Hospital de Santiago y la casa de Don Emilio. La curva larga de los taxis. Y el peor tramo, las Torres, donde nos quedamos “huérfanos” de nazarenos y casi sin fuerzas hasta llegar a la puerta de Valencia. Cambio de posición (para afrontar la cuesta tras la larga bajada) con fuerzas renovadas para la subida al Salvador al son del San Juan del maestro Cabañas. Llegada, retirada de banzos y Magdalenas, esta vez con mayúscula.

Orgullo.

Futuro. ¿Qué nos deparara el futuro? ¿Hasta cuándo aguantaremos bajo el banzo, tulipa o farol? ¿Cuánto tiempo podremos acompañar la procesión? Solo el destino lo sabe, aunque siempre trataré de recordar y revivir aquellas emociones y sentimientos de ese pequeño niño de ojos grandes que, año a año, Martes Santo a Martes Santo en Cuenca acude como la primera vez a la iglesia de “El Salvador” para acompañar de alguna manera a (permitirme la licencia) “mi” Magdalena hasta que como decía el poeta:

“Cuando mi aliento

se pose

en la Cuenca dormida…

Me sumergerán

bajo morado y amarillo

en la ciudad soñada”

David PRIETO JIMENEZ

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P.D: Muchas gracias amigo Tin Bijaksic por dejarme ilustrar mis letras con tus preciosas imágenes.

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